Desplaza

En toda buena historia siempre hay un clímax, un momento en el que el héroe lo da todo. Por norma general, cuánto más hay en juego para el protagonista, más cautiva a los espectadores esta parte de la historia. Pero no hay ninguna película, ni ninguna historia, que transmita realmente cómo se sintió el protagonista en el momento de afrontar su mayor reto. Por norma general, el héroe se enfrenta a una serie de obstáculos que deberá superar a fin de seguir creciendo antes de que llegue ese momento inexorable. El héroe ha invertido cada pequeño grano de su ser en esta aventura y simplemente deberá conseguir su objetivo. Pero, ¿cómo lo hace realmente?

Tanto en las novelas como en las películas, el combate suele pasarse por alto; de hecho, es una opinión bastante común en el campo de la narrativa que el trabajo sucio que realiza el héroe no tiene un gran interés. Nosotros, la audiencia, deseamos ver al protagonista culminar su cruzada, derrotar a sus enemigos y resultar vencedor: eso es lo que más satisfacción nos produce. Pero al hacerlo, corremos el riesgo de caer en la trampa de pensar que la vida real puede ser igual de sencilla.

La aleccionadora verdad es que lograr cualquier cosa de valor implica un compromiso constante y varios contratiempos, normalmente durante un largo período de tiempo. Y no hay nada que te pueda ayudar a aceptar este concepto mejor que una clase de mosaicos. 

Encajar todas las piezas de un complicado rompecabezas de diseño propio, y eso incluye darle forma a todas y cada una de las piezas, puede enseñarte muchas cosas acerca de la importancia de hacer todo el trabajo sucio que no se ve, armarte de toda la paciencia necesaria para recorrer todo el proceso e incluso, en algunos casos, aceptar la necesidad de abandonar. El aspecto positivo de todo esto es que ese mosaico es una poderosa manera de formar a tu creatividad y tus capacidades de solucionar problemas, y que con la técnica correcta incluso los principiantes pueden obtener resultados excelentes (advertencia, ‘spoiler’: yo lo hice).

Cómo seleccionar el método de mosaico correcto 

Los mosaicos pueden crearse siguiendo dos técnicas principales: la directa y la indirecta. El método directo implica componer la imagen exactamente como si fuera un rompecabezas; es decir, el artista mantiene el control de todos los aspectos desde el principio y la imagen está cara arriba. El método indirecto, por otro lado, suele usarse para suelos y otras superficies de grandes dimensiones y consiste en componer el diseño cara abajo y transportarlo (encolado a una base) a su destino final. 

Los principiantes obtendrán los mejores resultados con el método directo. Aunque la creación de mosaicos es una práctica relativamente fácil de aprender, yo tuve muchos problemas con tres aspectos concretos nada más empezar: la separación entre las piezas, la selección de colores y la composición en sí. Practicar con el método directo es la mejor manera de poder entender cómo solucionar estos retos antes de afrontar proyectos de mayor envergadura.

Una vez que se ha seleccionado la técnica, llega el momento de escoger los materiales. Una buena opción, que a menudo vemos en los azulejos de los baños, es el vidrio. Los azulejos de vidrio pueden comprarse precortados en piezas de 2 x 2 cm (una opción ideal y sencilla para niños, por ejemplo) o en láminas de mayores dimensiones que después pueden cortarse en piezas más pequeñas. Se suministran en todos los colores y texturas: manchados, con espejo, dorados, plateados y en muchas más opciones. Si optases por una lámina, las herramientas para cortar vidrio no son difíciles de usar, aunque sí requieren un poquito de práctica (y el uso de gafas de protección). 

Además del vidrio, los mosaicos también suelen hacerse de piedra, esmalte, cerámica y porcelana, aunque la mayoría de estos deben cortarse con un martillo y una cuchilla, lo que sí requerirá formación y experiencia.

Diseñar y cortar

Si por un lado la libertad creativa aporta una ola de aire fresco a nuestras estructuradas vidas, por el otro el mero número de posibilidades existentes puede convertirse rápidamente en sobrecogedor, y eso es verdad de toda actividad artística. 

Esta es la razón por la cual escogí enfocar la clase de mosaicos con una idea clara de lo que quería reproducir: un detalle de La noche estrellada de Van Gogh. Estoy contenta de haberlo hecho, ya que cuando vi por primera vez las muchas tonalidades de vidrio coloreado que había disponibles, mi mente empezó a preguntarse por todas las otras cosas que podría estar haciendo en lugar de dedicarme a los mosaicos.

Lo que me convenció fue el hecho de poder aprender acerca de las diferentes herramientas de corte de vidrio y para lo que podían usarse. Una de ellas, las pinzas con ruedas para vidrio, parecía ser la herramienta ideal para mi proyecto. La herramienta, que puede cortar en línea recta o curvada, resultó perfecta para crear rayas redondeadas que pudieran emular, ni que fuera vagamente (nótese el énfasis en el término), las pinceladas de Van Gogh. En cualquier caso, si no estás seguro de lo que estás haciendo, inspírate en la belleza de los materiales. Un color o textura específicos pueden poner en movimiento tu imaginación.

Después de seleccionar los colores más apropiados, empecé a cortar las piezas. Trabajar con las pinzas con ruedas para vidrio a un ángulo concreto me creó una sensación extraña: por un lado tenía yo el control, pero por el otro no lo tenía. Podía escoger más o menos el tamaño y la forma de las piezas, pero el resultado iba a ser siempre sorprendente. La verdad es que fue una experiencia liberadora. “Incluso en los mosaicos, puedes decidir dejarte llevar”, decía mi profesora Marleen Lacroix de la escuela Mosaic Lacroix de Luxemburgo.

Pero, ¿cómo lo hacen realmente?

Cuando al principio me fijé en el arte del mosaico, lo hice pensando que se trataba de una forma artística muy estructurada, casi matemática. Y puede serlo. Pero también es una muy buena manera de formar a tus músculos creativos. No solo tuve que planificar mi diseño, seleccionar los colores y cortar las piezas, sino que también tuve que hacerlos encajar. Y puede que suene banal, pero la misma pieza parece completamente diferente si se usa cara abajo, en posición invertida o si bien la colocas en otro lugar del mismo mosaico. Como autora de mi proyecto, la decisión era únicamente mía. La manera en que este ejercicio me obligó a dar un paso al frente para sacar a relucir mi capacidad de solucionar problemas fue en sí una experiencia fascinante.

Tuve que pensar constantemente desde ópticas diferentes, a veces incluso decantarme por soluciones alternativas, y en algunas ocasiones aceptar e integrar errores que no podía solucionar. Dudaba constantemente sobre si todo lo que estaba haciendo acabaría por dar como resultado algo realmente encantador e incluso me preguntaba si, cada vez que me disponía a colocar una nueva pieza, estaba a punto de arruinar todo lo que había hecho hasta el momento. El problema era que cuanto más avanzaba más disfrutaba de mi pequeño arte y más unida me sentía a él. 

Las expectativas eran cada vez más grandes. ¿Cómo iba a resolver el próximo reto? Solo tenía que esperar y confiar en que sería capaz de encontrar una solución. Y, pieza a pieza, duda a duda, lo conseguí. Para mayor sorpresa, el resultado final me pareció espectacular.

En su libro de 2011 Do the Work, Steven Pressfield escribió: “El miedo no desaparece. El guerrero y el artista viven bajo el mismo código de necesidad, que dicta qué batalla debe lucharse de nuevo cada día”. Como escritora, puedo dar fe de que esto es totalmente cierto. Quizás esa sea la manera que tiene el héroe de realmente conseguir superar sus retos: luchando la misma batalla, consigo mismos y con el mundo, regularmente, sin cesar, enfrentándose a los mismos miedos cada día. Hasta que llega el momento inexorable.

[Fotos: Livia Formisani, Marleen Lacroix]


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