Desplaza

Si deseas vivir un espectáculo perfecto de caos profesional, observa a un escritor y a un diseñador gráfico trabajar juntos en un diseño.

Los escritores y editores se miran los textos como si fueran flujos de información, una sucesión de pensamientos e ideas que cobran vida propia a medida que los párrafos y las secciones se separan pero se suceden, con sus espacios y separaciones. El ritmo que infunde la puntuación, la aceleración de los ritmos y el flujo de la acción, pasan después a desacelerarse y detenerse con la máxima suavidad. Se trata sin duda de un proceso delicado que se ancla en un hilo conductor lógico con el cual el diseño no debería interferir. No querría sonar arrogante, pero los escritores habitan en el mundo paralelo de las palabras y son muy sensibles a ello.

Para los diseñadores, en cambio, la palabra escrita no es tan importante. El texto no es más que un elemento dentro del todo formado por una subunidad llamada página, con sus márgenes, espacios negativos, imágenes y elementos gráficos. Ellos se fijan en el flujo espacial de los párrafos. Ven las letras como si fueran transparentes, como si calcularan el equilibrio granular del negro y el blanco. Pueden llegar a pedir a los editores que, con la ayuda de un formón, rebajen una frase hasta que esta quepa en su sitio. Si fuera necesario, incluso dividirían un párrafo en dos. Desde el punto de vista de un escritor, la pura humillación.

Era consciente de todo esto antes de entrar a mi primera clase de caligrafía y, por eso mismo, intenté que nada de ello me influyera. Después de todo, no prestar atención al contenido de lo que escribo puede ser también una experiencia interesante, me dije. El hecho de no plasmar mis pensamientos en una página podría ayudarme a poner toda mi atención en la forma pura, algo con lo que no estoy familiarizada en absoluto.

Me doy cuenta de que incluso los principiantes como yo podemos encontrar una gran satisfacción en la caligrafía, desde el primer día.”

Claro, tampoco no hago tan mala letra, me repito a mí misma; además de que, como manda el estereotipo de todo escritor,yo siempre he sido fiel a una marca y modelo de bolígrafo concreto. Una vez incluso llegué a buscar hasta la extenuación una empresa diseñadora de tipos japonesa para conseguir una fuente específica, y, por si fuera poco, soy de las que considero que un mal espaciado es ofensivo a la vista. Pero, por otro lado, ponerme ahora a manipular una pluma y tinta quizás sea llevar mis manías demasiado lejos…

La profesora es una artista de la caligrafía y el trazado de letras. Yo, y cuatro mujeres más, nos presentamos en su taller y nos sentamos en una sala blanca y brillante con una pared llena de pósteres caligrafiados en blanco y negro. Son tan sugerentes y bellos que me quedo físicamente incapacitada para retener su significado. Toda mi vida me he centrado en el significado de las cosas. Ahora en cambio miro esos pósteres, alejo la mirada de ellos por un momento, y ya no recuerdo ni una palabra de lo que dicen. ¿Dónde estoy? ¿Qué me está sucediendo?

Todas disponemos de un pequeño pote de tinta y una pluma oblicua de caligrafía, especial para principiantes, que nos permite inclinar mejor las letras. También necesitamos inclinar la página sobre el escritorio para familiarizarnos con el nuevo ángulo. Practicamos líneas, ángulos, curvas y olas, y después escribimos el alfabeto en fuente Copperplate. Como la típica principiante, me tiembla el pulso y no sumerjo la pluma lo suficiente en la tinta, por lo que las líneas me salen sesgadas. Me obstino en escribir la misma palabra una vez tras otra con la esperanza de que al final me salga bien. Tras ocho repeticiones, me horrorizo al darme cuenta de que la palabra es un sinsentido. No me había ni dado cuenta; había algo en el fluir de las curvas que no me lo dejaba ver.

De hecho, el significado es ahora mismo lo último que me importa, y durante las dos próximas horas me sumerjo totalmente en una especie de trance. Estamos tranquilamente sentadas, rascando preciosas palabras (independientemente de lo que signifiquen) en complacientes hojas de papel, mientras la profesora nos corrige los ángulos y la postura de la mano. Aunque no me tengo que fijar como cuando escribo, sigo teniendo que usar toda mi concentración para manejar mi nueva herramienta, recordar cómo angularla, dónde empezar a dibujar cada letra y dónde ejercer presión. No es fácil que salga todo bien, y la tarea en sí exige toda mi atención, por lo que no tengo ojos para nada más. Después de un silencio especialmente largo, todas estamos de acuerdo en reconocer las propiedades relajadoras de la caligrafía. «Es como yoga para manos», dice nuestra profesora.

A continuación nos propone practicar todo el alfabeto en Copperplate. La verdad es que acabar escribiendo «el veloz zorro marrón salta sobre el perro perezoso» te da la sensación de haberte graduado. Esa frase, que para mí como escritora siempre me había parecido vacía y totalmente transparente, cobra ahora una belleza arrebatadora que no me permite dejar de mirarla.

En ese momento, me doy cuenta de que incluso principiantes como yo pueden encontrar gran placer en la caligrafía desde el primer día. Así que, ¡y qué!, si mis amigos y familiares, en mi ascenso a la perfección caligráfica, tienen que verse obligados a soportar unas cuantas postales escritas con letra temblorosa. Sin gran esfuerzo, me veo perfectamente pasando una larga noche de invierno sentada delante de mi escritorio, con una taza de té, escribiendo caligrafía mientras la nieve cae en silencio al otro lado de la ventana.

Mientras tanto, me empieza a crecer dentro cierta aversión al otro tipo de escritura, ese otro que siempre me había satisfecho tanto pero que me hace sentir como si me estuviera exprimiendo los sesos. Estoy tan obsesionada con la caligrafía que no quiero ni pensar en esa «otra» escritura de antes.

Un ejemplo concreto: toda mi vida he sido una tomadora de notas y apuntes compulsiva. Ahora, sin embargo, la libreta de notas está sobre el escritorio, junto a mi bolígrafo, y la página está en blanco. Sencillamente no sé cómo expresar mi asombro en palabras, ya que ahora se trata de una experiencia muy diferente. Me obligo a poner mis pensamientos en palabras escritas e inmediatamente me doy cuenta de que mi letra es ahora mucho más clara. No es un acto consciente; es mi mano que simplemente fluye.

Más allá del práctico mundo de los bolígrafos y los teclados, la caligrafía me ha llevado a vivir una experiencia íntima de suma belleza y legitimidad por méritos propios, pero que además también me ha enseñado que no hay oposición entre la forma y el contenido y que son dos aspectos diferentes y complementarios de la realidad. El arte y el diseño juegan un papel fundamental en nuestra experiencia del mundo, de la cual todos podemos beneficiarnos si le damos la oportunidad.

La caligrafía, que quizá sea un antídoto contra nuestros estilos de vida ajetreados y ambiciosos, puede ser el hobby perfecto que nos ayude a relajarnos y crear arte.

¿Estás interesado en empezar a hacer caligrafía? Aquí tienes algunas sugerencias de obras de la artista de caligrafía y del trazado de letras Petra Wöhrmann:
Graphique de la Rue: The Signs of Paris de Louise Fili
The Golden Secrets of Lettering: Letter Design from First Sketch to Final Artwork de Martina Flor
Calligraphy: A Course in Cursive Script with Pencil, Pen, and Brush de Barbara Calzolari y Alessandro Salice


No hay comentarios

Lo sentimos, los comentarios están bloqueados por el momento.


Artículos Relacionados